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El mundo perfecto del hombre perfecto

11 Mar

Absolutamente perfecto. Tal cual un círculo. O un huevo. O dos, para más gran INRI testicular globalizado. Y a la medida de cada uno y en consonancia con las directrices de los propios caprichos. Así le apetecería a mucha gente el mundo que desean. Se trataría del mundo brillantemente coloreado que nos llega a través de la televisión y sus series y películas, sobre todo americanas. Es el mundo de la gente joven, sana, jovial, impecable, limpia, rica y despreocupada. Es el mundo asépticamente inodoro de la corrección total y sin mácula. Con amoríos brillantes y coches veloces en autopistas interminables.

Y así nos hallamos: soñando tortillas celestiales con tintes rosáceos. Y obrando muchísimos en consecuencia para la consecución de la meta. Pero, claro, como la constatación de la realidad nos enseña un panorama ajado, arrugadito y hasta manchado, pues que esto, que a ver quién es el guapo que se lo come o traga tal como se nos presenta en el plato. Por esto se repudia lo que no cuadra, lo que molesta y perturba nuestros anhelos de satisfacción plena de idilios en cinta de cinematografía.

¿Qué les sobra a los perfectos? Pues todo. Les sobra todo, porque casi nada les encaja. Les sobran los enfermos que lloran, gimen y “esclavizan”. Les sobran los  niños que alborotan y hacen ruido y pipí y caca. Y les sobran los viejos que les parecen tan y tan feos, que van cojeando, tosiendo y haciendo estruendo absorbiéndose su plato de lentejas. O que van robándoles la “intimidad”, la que permite copular donde sea (en el comedor, bajo las mesas, detrás de las cortinas o sobre el fregadero). Y les sobran los hermanos y cuñados que se les meten hasta en el plato. Y los suegros gordos y las suegras desgreñadas. Y los vecinos siempre entrometidos. Y los perros pulgosos y ladrando. Y el cacareo de las gallinas. Y el quiquiriquí insolente de gallos matinales rompiendo la placidez de los sueños. Y les molesta el frío y el calor y el sudor, y la lluvia y el barro y el mal viento que despeina la precisión de la cuidada melena o cabellera.

A la señora y al señor perfectos les fastidia la bola del mundo misma,  que por ser tan defectuosa, ni siquiera es absolutamente esférica y que es, además, tan y tan vieja y antigua que sencillamente está fuera de moda y de pasarela.

A la señora y al señor perfecto (tanto sean progresistas como carcamales reaccionarios) les horroriza la insolente presencia del forastero, negro o “moro” o mestizo entrometiéndose más allá de su baja faena proletaria. Les repugna la multiplicidad liosa de las mezcolanzas del caos. O la falta de nitidez (racial, cultural, lingüística o social), alejándose de la geométrica línea monocolor y recta.

La señora y el señor perfectos son la contraposición al error. De ahí que posean la redondez acabada del encanto. Y así se ven a ellos: como la réplica exacta del mundo perfecto que anhelan. Por esto nunca caen enfermos, ni lloran ni gimen ni a nadie “esclavizan”. Jamás envejecen. Son espléndidos y guapos, simpáticos y divertidos. Y van bien vestiditos, peinados y perfumados. No tosen, ni estornudan ni eructan. No sueltan asquerosos pedos. Y para no defecar, incluso carecen de orificio en el trasero, un trasero que jamás se atreverán a llamar simplemente culo, porque qué horror, qué miedo y qué asco repugnante aproximarse a los lindes de las heces. Para ellos el culo no existe. Son purísima plasmación de las máximas excelencias. O sea, ¡que qué vaya mierda¡

Pues sí, que lo que ocurre es esto precisamente, que ya abundan por doquier los remilgados perfectos de la pulcritud exacta e inmaculada. Son los que construyen su mundo especial, blanco, uniformado y lisamente precisado. Es este mudo televisivo y cinematográfico del que hablábamos, el que llega a través del medio que dicen (y es verdad) que es el mensaje. Es este mundo tan frío, insípido y despiadado en el que para nada tenemos sitio los otros, esto es, los defectuosos, los tarados de los mil demonios, los enfermos, los niños, los viejos, los negros, los moros, los mulatos y los sucios desgarbados.

Y por esto vamos como vamos: apañados. Y de qué manera. Sobre todo siendo ellos los guapos, los correctos, los protagonistas y las estrellas resplandecientes. Las de la película. ¿Que cuál película? Pues la que se nos proyecta en una praxis que, lamentablemente, ya va siendo cotidiana. O de sesión continua. Así que vamos listos. De verdad. Pero, en fin, que habrá que acostumbrarse a todo. Incluso a la corrección antiséptica: la del inodoro para el trasero de los puros.